En los años 60s el psicólogo Walter Mischel desarrolló el “marshmallow test” con la idea inicial de identificar los procesos mentales en las personas que pueden retrasar la llegada de una recompensa y las que sucumben.
La prueba consistió en llevar a los niños, por separado, a una habitación donde solamente había una silla y una mesa. Sobre la mesa se colocaba un malvavisco y una campana. La instrucción era: te dejo un malvavisco que te puedes comer cuando quieras. Si esperas a que yo regrese, y no te has comido el malvavisco, te daré otro y entonces tendrás dos que te podrás comer. Si cuando yo regrese te has comido el malvavisco, perderás la oportunidad de que te dé otro. Si tocas la campana, vendré, pero también perderás la oportunidad de que te dé otro malvavisco. Algunos niños esperaron sin comerse el malvavisco y otros se lo comieron.
Mischel continuó monitoreando durante años el progreso de los niños que asistieron a la prueba. En 1980 comenzó una etapa de seguimiento que continuó hasta la adultez de aquellos niños. En esta etapa se dio cuenta de que los niños que durante el experimento se habían comido el malvavisco eran propensos a tener problemas de comportamiento y atención; mientras que los niños que habían esperado tenían mejores logros de largo plazo académicos, económicos y sociales.
En 2014, Mischel y sus colaboradores, con ayuda de la neurociencia, monitorearon la actividad de las zonas del cerebro de estas mismas personas y encontraron que las zonas del cerebro que se activan son distintas para quienes logran retrasar las recompensas y quienes sucumben a la tentación del momento.
A nivel cerebral, desarrollamos primero la zona emocional, que nos hace actuar rápidamente para protegernos del peligro (la amígdala), pero que también nos hace actuar sin pensar en las consecuencias.
La zona que nos ayuda a pensar racionalmente, a resistir la tentación y a tomar en cuenta las consecuencias de nuestros actos (la corteza prefrontal), se desarrolla más tarde. Es la zona de nuestro cerebro que se activa al pensar de manera creativa, al usar nuestra imaginación, al trabajar en metas de largo plazo, al aprender de manera efectiva y al resolver problemas.
Cuando se activa la corteza prefrontal, la amígdala disminuye su actividad. Ante situaciones estresantes, la corteza prefrontal disminuye su actividad y la amígdala toma el control.
Entonces, para poder pensar con claridad tomando en cuenta las consecuencias de nuestros actos, el primer paso es reducir el estrés.
Una vez en calma, podemos desviar deliberadamente la atención como una forma de controlar nuestros pensamientos y de incrementar nuestro poder para tomar decisiones con la mente fría, en lugar de sucumbir a la emoción del momento.
No se trata simplemente de tener autocontrol, sino de tener la capacidad de generar estrategias para distraer a nuestra mente cuando nos encontramos ante situaciones tentadoras o estresantes.
Estos pasos te pueden servir para disminuir el estrés y distraer a tu mente deliberadamente cuando te encuentres ante una situación tentadora o estresante:
Recuerda que tú puedes entrenar a tu cerebro para esto. Practica, sé constante y celebra tu progreso.
Categorías: : Cambiar para Crecer, Nuestro Cerebro